Por entre los matorrales
en nuestra aceitunada pradera
de indecorosa pero hermosa locura,
apareció la Mujer Tacho
exigiendo cooperación.
Y fue un garrón.
Al principio nos tildó de insanas,
pero en tan sólo segundos
ya sonaba cualquier cumbia,
bailábamos como tres péndulos verdes,
nos reíamos descaradamente
de la desgracia ajena
y nos pasábamos la botella.
Cuando, de repente, llegaron
los perros de la calle a prevenirnos.
Se aproximaba el alguacil.
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